Por Gabriel Ortiz de Zevallos, presidente ejecutivo de APOYO Comunicación, para el diario Perú21.
Cuando mis hijos quedaron huérfanos violentamente a los 6, 4 y 1 años, tuve que aprender a escuchar la música de sus palabras con más atención. Cuando una pataleta sonaba a angustia honda, no importa sobre qué trataba, yo tenía que consolar y contener, primero, y postergar la respuesta razonada. Si, en cambio, la música denotaba descontrol superficial, pero no conectado con carencias y miedos subterráneos, debía imponer límites y orden. En una situación como la que viví, la música significaba todo. No fue fácil aprenderlo, pero vaya que es útil.
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